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Alumnos de primer grado, los que más sufren la escuela en cuarentena

El comienzo de la primaria para cualquier niño, y también para sus padres es todo un desafío. Pero si a ello se le agrega el cierre de los edificios escolares por una pandemia, la improvisación de la educación digital, los docentes -también- desde sus hogares y otras variables que intervienen en el intercambio, el panorama resulta realmente incierto.

Pese a esto, los actores consultados  reconocen que si bien los comienzos fueron difíciles, con el tiempo los protagonistas se fueron adecuando al nuevo esquema de trabajo y de hecho, muchos resaltaron que sirvió para revalorizar el contacto de los estudiantes con sus familias en el devenir educativo. De todas maneras, sigue siendo un desafío que no minimizan.

“Al estar solo en casa, sin  contacto con el docente, mi hijo se desanima muy rápido y llora. Se hace difícil. Creo que debería haber aprendido otras cosas que no ha podido por el aislamiento”, dice Inés, mamá de un niño que ingresó a primer grado este año.
De todas formas, cree que cuando vuelva a clases presenciales se va a poner al día sin inconvenientes. Mientras, el apoyo de otras madres que cuentan sus experiencias ha sido una forma de avanzar en la educación de su hijo. “Creo que de toda la primaria, primer grado ha sido el más afectado”, remarca Inés.

Ayuda. Desde el 16 de marzo los alumnos estudian desde sus casas con el material que los docentes envían por diferentes medios. Además, el jueves el ministro de educación Nicolás Trotta indicó que la proyección es que “epidemiológicamente se pueda en agosto” reabrir las escuelas para volver a clases presenciales.

Ana Laura Granados, madre de un niño de primer grado y psicopedagoga, señala que lo más complejo fue durante las primeras dos semanas, sobre todo porque no tenían ningún hábito de la educación primaria y ningún vínculo con la maestra. “La escolarización se ha dado desde la casa. Muchas familias, en este sentido, fueron avanzando intuitivamente”, explica la especialista.

En este sentido, coincide con el aporte de Patricia, quien asegura que el conocimiento de sus docentes en persona -pese a que las clases comenzaron el 26 de febrero- fue muy breve. “Conocen a las docentes por video. Acá aparecen algunos problemas porque hay familias que tienen un solo celular o no tienen internet y las respuestas de los estudiantes a las tareas llegan tarde”, agrega Patricia.

Vínculos. Ana Laura, desde su doble rol de madre y profesional de la psicopedagogía, explica que notó una ausencia en el acompañamiento de los docentes, quienes olvidaron hacer foco en el vínculo con los padres. “Noté en un principio todo desconectado con la escuelas. Se mandaban tareas sin hacer un sondeo de las dificultades de cada familia, olvidando que los chicos a veces no tienen ganas de hacer tarea”, comenta.

Por otro lado, añade que nota cierta angustia en las madres de los otros niños porque no saben si están resolviendo las tareas de manera adecuada. “Pero también observo satisfacción. Hay chicos que en un mes han logrado leer ‘mi mamá me ama’ desde los hogares, y eso es positivo”, remarca, agregando que involucrar a las familias en esto ha resultado maravilloso y se debe potenciar. Al respecto, entiende que por una contingencia -el aislamiento social preventivo- las familias se “metieron” en la escuela.

Para Granados, hay dos etapas muy marcadas en todo este proceso. La primera de desorientación y distancia, relacionada con el “golpe” que significó este cambio repentino; y otra donde se observa organización pero con el “monstruo” de la evaluación a la vista, que amenaza la armonía lograda. “Creo que no es tiempo perdido. Me parece súper rico lo que se ha logrado. Estoy fascinada por todo lo que se ha logrado y si pudiera hacer el ejercicio de no calificar y pone el foco en la motivación de aprender pienso que sería un gran experimento”, cierra la psicopedagoga consultada por Los Andes.

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